El entrenamiento consiste en intentar mejorar nuestro rendimiento en una actividad determinada. Esto está sujeto a unos principios fundamentales.
1.- Adaptación. Cuando se somete al cuerpo a un trabajo al que no está acostumbrado, intenta adaptarse para que con el tiempo este trabajo lo pueda realizar en menos tiempo y con menos esfuerzo.
2.- Sobrecarga. Si no sometemos el cuerpo a una actividad que le suponga un esfuerzo extraordinario, no se mejora. Por ejemplo, si nos pasamos toda la temporada haciendo 30 series de 100 cada 1’30’’ a 1’20’’, al final lo haremos cómodamente, pero no mejoraremos. Por eso, la carga tiene que ser aumentar progresivamente (ver más adelante). Cuidado también con pasarse con la sobrecarga, si es demasiada, se produce un fallo de adaptación del cuerpo, y en vez de mejorar, se empeora por el daño muscular que supone un esfuerzo demasiado intenso que se repite demasiado a menudo (sobreentrenamiento).
3.- Progresión. En natación, donde se suele trabajar haciendo “series”, la progresión en la carga se hace aumentando el número de series (volumen), la velocidad a la que se hacen (calidad) o disminuyendo los intervalos de descanso (densidad).
4.- Especificidad. El entrenamiento debe ser específico para el objetivo que se persigue. P. ej., para nadar el 50 libre hay que entrenar nadando muy muy rápido, aunque sea poco, y para entrenar el 1500, nadando mucho y algo menos rápido. Preparar un 50 con series de 1000, no sirve, y preparar el 1500 con series de 12,5 a tope, tampoco.
5.- Individualidad. No todo el mundo responde de la misma forma al mismo estímulo del entrenamiento. Por eso hay velocistas y fondistas, gente que entrenando lo mismo es mejor o peor, que mejoran rápido o despacio, o destacan en pruebas diferentes. Lo que viene bien a un nadador, a lo mejor es demasiado o demasiado poco para otro. Esto es un problema cuando se pretende entrenar a 20 personas muy dispares en una misma calle.
6.- Reversibilidad. Si dejas de entrenar, se pierde lo ganado.